Norberto
Cada viaje es uno en si mismo y todos son diferentes.
Viajé a Rusia tres veces y en cada oportunidad aprendí, vivencié, experimenté algo distinto. Eso si, el denominador común del “alma rusa” estuvo presente en cada día, cada ciudad o pueblo visitado, cada persona conocida. Me llegó a las entrañas y lo disfruté.
Y además, cada época con su particularidad. Veamos.
La Unión Soviética se terminaba de desgranar. Llegué a Moscú una tarde gris de Diciembre, el avión aterrizó en una pista helada, con nieve acumulada a los lados y cuando abrió sus puertas el aire frío me reavivó. Luego de camino al centro los bloques de departamentos al mas puro estilo “realismo socialista” enmarcaban el camino, ya mas cerca, cruzamos el Moskva y comenzaron a asomarse las cúpulas de San Basilio y las murallas del Kremlin. Para mi comenzaba un amor a primera vista.
En la recepción del inmenso hotel, tal como me habían aconsejado, cambié 50 dólares para tener algo de dinero local: los pequeños billetes de rublos a cambio los llevé en dos bolsas de supermercado repletas y me duraron buena parte de la estadía.
Tantas imágenes de aquel tiempo: largas colas de mujeres emponchadas esperando comprar media botella de leche y medio pan, las tiendas GUM ofrecían solo algunos pares de zapatos y algún abrigo o gorra con orejeras. Librerías repletas de gente leyendo allí mismo. Jóvenes vendiendo rezagos del Imperio en la calle Arbat.
¡La Plaza Roja!, donde estuve el día de la dimisión de Gorbachov. La Unión Soviética ya no existía. La marcialidad de los soldados ante el mausoleo de Lenin. La bandera roja arriada por última vez.
Pero el recuerdo mas potente de este viaje, me llega desde el tren nocturno entre Moscú y San Petersburgo (la ciudad con su nombre recién recuperado ese mismo año), el día de mi cumpleaños en el que Vladimir, quien hablaba perfecto español, y con quien nos hicimos amigos, organizó el festejo con todo el vagón. De la nada, vodka, pepinos, salchichón, pan salieron a relucir para una вечеринка de toooda la noche. Y el broche de oro, Vladimir y yo, con alguna copita de mas, abrazados y recitando el trabalenguas que mi бабушка me decía cuando era chico:
Ехал грека через реку,
видит грека, в реке - рак,
сунул грека руку в реку,
рак за руку
греку цап!
Para mi se cerraba un círculo.
Luego seguirían San Petersburgo, Minsk, Kiev, vuelta a Moscú. Y siempre supe que volvería a Rusia…
Y se dió, volví. De mas está decir que los cambios fueron profundos: la bandera es otra, las fronteras son otras, los billetes mas grandes, las GUM de lujo, mas autos extranjeros y menos Lada, chicas y chicos a la moda, abundancia y modernidad en general.
¡Pero el “alma rusa” sigue ahí!, poco cambió en ese sentido. Patrimonio histórico y cultural, casi intacto.
En esta oportunidad, además de Moscú y San Petersburgo, visité zonas rurales y muy antiguas como Suzdal, Serguiev Posad, Vladimir. Tan pintorescas y tranquilas, con gente amable.
Aunque esta vez también hubo algo que sobresalió y me conmovió en lo profundo: 9 de Mayo, Moscú, Día de la Victoria. Todos los 9 de Mayo se celebra en Rusia el Día de la Victoria en la Gran Guerra Patria, y a lo largo y a lo ancho del país mas grande del mundo hay desfiles militares y la gente sale a las calles. Ese día me tocó estar en Moscú y lo viví como un ruso mas, emocionado hasta las lágrimas por lo que veía y concentrado en lo que estaba participando. Miles, millones de personas en las calles y avenidas principales desfilando con banderas soviéticas y rusas, con la cinta de San Jorge (a rayas negras y naranja) prendidas en el pecho con orgullo, birretes con la estrella roja sobre la cabeza y, seguramente lo mas importante, pancartas con las fotos de sus afectos que participaron en la contienda. Bisabuelos, abuelos, padres, valientes mujeres uniformadas nos miraban desde esas fotos en blanco y negro. Y en el desfile todas las etnias y edades, niños pequeñitos y viejitos condecorados. Mientras, Vladimir Putin daba su discurso, los aviones pasaban raudos, los tanques hacían temblar el piso y los soldados marchaban solemnes. Pero esto es menor al lado de esas generaciones de personas orgullosas y sufridas.
Mi costado eslavo comenzaba a desperezarse, tendría que volver…
Y así fue, se despertó y volví!, una vez mas.
Esta vez llegué con mas literatura leída (una vez que empecé no la pude abandonar), mas historia aprendida y por sobre todo, ya hacía unos meses que estudiaba en la Escuela de Ruso lo que me dio una libertad para poder interactuar con los nativos que antes no tenía. No voy a decir que me transformé en Pushkin de la noche a la mañana, pero pude comunicarme en el aeropuerto, en la calle pregunté por sitios donde quería ir y ¡entendí la respuesta!, me sumergí en librerías buscando todo, como en el Café Singer de San Petersburgo donde luego de hacerme de una pila de libros me senté a tomar chocolate caliente en varias oportunidades. Conversé con un músico callejero, que tocaba un tema de Kino que habíamos escuchado en clase y que mucho se sorprendió de que un argentino lo conociera. Me encontré con Яна en Moscú y fuimos a tomar una cerveza en dos oportunidades, el pedido lo hice yo y luego pedí la cuenta. ¡Que desafío adelante de mi profesora!. Simple, pero me sentí tan bien, es muy reconfortante poder comenzar a valerse con el idioma.
Visité tantos lugares naturales, artísticos e históricos. Navegué en el Moskvá, en el Neva, en los canales. Caminé. Me sumergí en Rusia. Comí las comidas de mi infancia: borsch, pelmenis, varenikes, pepinos en salmuera, blinis, kren.
También con un momento conmovedor que fue la visita al memorial del sitio de Leningrado, bajo una gran plaza circular a desnivel, donde la música de la Sinfonía N° 7 “Leningrado” de Shostakóvich suena ininterrumpidamente. Aquí puede verse un documental sobre el asedio y elementos de la época. Un sitio imperdible para quien se emocione con la historia.
Y ahora quiero mas…, así que mi próximo proyecto es subirme al Transiberiano en Moscú y viajar con rumbo Este. Allá iré, el próximo año, a seguir alimentando mi “alma rusa”.
Lucas
Sólo veinte días en Rusia necesité para entender muchas cosas, la más importante es el respeto de su gente al darse cuenta que no solo hablo su idioma si no que conozco detalles de su historia, música, gastronomía y literatura. Todo lo aprendido en La Escuela de ruso me sirvió muchísimo para poder recorrer las ciudades de Moscú y San Petersburgo sin problemas.
Primero conocí Moscú, que inmediatamente causa un impacto visual muy fuerte ( un paseo nocturno, enamora) y los lugares que más me gustaron fueron: el metro por supuesto y la estación Partizanskaya en particular, el Parque Izmailovo, la zona del Kremlin con sus museos y catedrales, el Parque Gorki, la Avenida Arbat y las siete hermanas ( rascacielos construidos en la epoca sovietica). Recomiendo comprar un mapa rápidamente porque fueron incontables las veces que me perdí.
Luego viaje a Piter en tren (SAPSAH) bello y puntual como todo transporte ruso.
Allí me hospede con amigos, ellos viven en las afueras, en unos complejos de edificios llamados "Jrushchovkas" rodeados de grandes parques. Sobre el portal de cada edificio había bancos, siempre ocupados por ancianas ( seguramente el mejor sistema de seguridad del mundo). San Petersburgo tiene un casco histórico más comprimido que Moscú y más "europeo" tanto su gente como su arquitectura. Tiene un hermoso metro, la estación Pushkinskaya la mejor. Un formidable Hermitage, que recomiendo ir temprano tanto por su tamaño como por los turistas chinos, que llegan sobre el mediodía y creanme, son millones!. La zona de las islas y las catedrales de Kazan y El Salvador sobre la sangre derramada me dejaron sin palabras pero si algo resultó ser un placer, fue (como dice la canción) el viajar! Tanto en bote de noche sobre el Río Nieva como en marshrutka (combi) donde tuve una hermosa charla en español con una señora rusa que lo hablaba perfectamente. Esta situación se repitió muchas veces, en bancos, museos,etc. La gente me trato muy cálidamente al contrario del mito de que los rusos son "fríos".
Todo fue: ¡Bueno, Bonito y Barato!
Me fui de allí sabiendo que volveré pronto. ¡Gracias por todo, Rusia! Спасибо за всё Россия! 🙂
Lautaro
Llegar a San Petersburgo en febrero, contra todo pronóstico, fue una experiencia más que cálida. Lógicamente no fue por el clima (alrededor de los -10°C), sino porque lejos de la “frialdad” rusa, me encontré frente a una ciudad con alma de pueblo. La ciudad parece sacada de un cuento de hadas. Todo está construido para el deleite. Si bien estuve casi todo el tiempo caminando sobre la nieve, la estructura de la ciudad se aprecia en cualquier momento del año que uno la visite. Sus islas, sus canales, sus puentes, sus edificios públicos parecen construidos para hacerte sentir que estás en cualquier capital europea pero elevada al cuadrado. La gente es agradable y aún más cuando ven que hablás un poco al idioma. Nunca tuve un problema que no haya podido resolver con la ayuda de algún transeúnte. Si bien la mayoría de los edificios son inmensos, uno nunca se siente avasallado.
La ciudad está plagada de cafés, bares y negocios interesantes. Incluso en el peor momento del invierno se pueden ver artistas callejeros, bandas tocando, dibujantes, etc. Realmente es la capital imperial de Rusia. Se puede decir que es una ciudad bastante alegre.
Sin embargo, si bien en Piter hay mucha cultura joven, la impresión que me dio fue un poco antigua. Sentí que es una ciudad muy ligada a la Rusia pre-revolucionaria. No es fácil encontrar referencias al período soviético. Tampoco se ven cosas ligadas al folclore ruso. Tiene una belleza más clásica y formal.
En resumen, al igual que todo lo que vi en Rusia, San Petersburgo resulta exótica y, a la vez, familiar.
No lo sabía antes de ir, pero Moscú representa todo lo que uno espera de Rusia.
Como toda gran ciudad no se caracteriza por su calidez. Es bulliciosa y dinámica. Es la ciudad más grande que vi en mi vida, está fuera de escala. Caminar por sus calles y ver las magníficas construcciones es la experiencia más cercana a sentirse una hormiga que uno puede tener. Supera todo lo que yo vi hasta ahora.
Sin embargo, estas dimensiones extraordinarias se combinan con una influencia muy fuerte del universo revolucionario y, a la vez, del folclore tradicional ruso, lo que le aportan un alto grado de humanidad. Es una ciudad mucho más compleja que San Petersburgo. También diría que es más vital. Si bien moverse es más difícil y la gente es menos amable que en Piter, es una ciudad en la que estar perdido es el mejor plan posible. No es fácil orientarse ni encontrar lo que uno está buscando. Pero a la vuelta de la esquina hay algo aún más extraordinario que lo anterior.
La oferta cultural es casi infinita. Está lleno de teatros, salas de conciertos, festivales, etc. Es cierto que acceder a esta oferta es más difícil que en San Petersburgo, pero con un nivel básico de idioma ruso, es posible.
Después de visitar ambas ciudades creo que me quedo con Moscú. Si bien Piter tiene una belleza natural y arquitectónica mayor, Moscú es mucho más excitante para el turista. Puede ser que no lo sea si uno planea vivir, pero sin dudas la vida turística en Moscú es más rica. Historia, arte y arquitectura conviven acá de un modo más frenético que en San Petersburgo, donde todo resulta lindo pero formal.